martes, 26 de junio de 2012

Punto crítico



Me fascinan los trabajos de restauración que se realizan en los talleres especializados de los museos para la limpieza y recuperación de las obras de arte. Con técnicas cada vez más precisas y contrastadas, se tiene especial cuidado a la hora de levantar y suprimir las capas de barniz y suciedad que deforman la obra de arte. El punto crítico de la operación es fijar el momento en que hay que detener la actuación para evitar el riesgo probable de atentar contra el original, por mor de una 'limpieza' demasiado agresiva que llegue a afectar a la pieza en tratamiento, que sufriría una pérdida irrecuperable, lesiva y traumática.

Item más: Son bien conocidas y apreciadas en el mundo del arte aquellas huellas perceptibles que el tiempo acumula sobre una obra, la pátina que no es simple suciedad, o el craquelado de la pintura, incluso algunos detalles más o menos apreciables que se han incorporado al original o han desaparecido de él y que han llegado a ser, con el tiempo, parte de lo que se admira en una determinada obra de arte.

Por eso son tan delicados y cuestionables los criterios y las determinaciones que se decidan a la hora de efectuar una restauración importante sobre una pieza de valor.

¿Cuándo empezar? ¿Dónde detenerse? ¿Cómo terminar? ¿Habrá que intervenir nuevamente? ¿Con qué perioricidad? ¿Quién dirige? ¿Quiénes asesoran? ¿Quiénes intervienen?

Todo esto que se refiere al mundo del arte y su conservación se podría aplicar, mutatis mutandis, a la misma Iglesia. Y me refiero muy en concreto al proceso de la FSSPX, tan discutido, tan necesario, tan preocupante.

En dicho proceso la complejidad de la operación se multiplica, puesto que se debe entender como una acción doble, relativamente recíproca, tal y como se entiende desde la misma FSSPX, que es intervenida y a la vez interviene, entendiéndose lo mismo respecto de Roma, que no sólo examina sino que es examinada. Si me explico.

Todo ello es bastante exepcional, muy particularmente el papel que la FSSPX parece haber asumido. Así, en el sentido que voy diciendo, el punto crítico de la operación tiene que ajustarse por las dos partes, a dos bandas, en dos instancias, dos voluntades que tienen que acordar un placet suficiente y satisfactorio. Y no son dos partes iguales; algunas veces me pregunto si los miembros de la FSSPX son todos conscientes de esto.

¿Se trata de ceder? Se trata, más bien, de comprender. Inteligentemente, con sabiduría que no puede ser de este mundo, puesto que se tratan cosas que, aun estando en el mundo, no son propiamente de su esfera.

Si digo que hay que pedir al Espíritu Santo, dones y frutos y gracias, estaré diciendo una obviedad. Pero es oportuno - pienso - que se diga.

El punto crítico no es un punto perfecto. Las partes dimensionables de la Tierra no se avienen exactamente con los parámetros exactos de la matemática, porque la Geografía no es ciencia exacta como la Aritmética.

Uno de los edificios más perfectos de la arquitectura universal, el Partenón, es a la vez un modelo de desajustes que ajustan perspectivas de visión, con asimetrías que forman simetrías, sin afectar a la tectónica del edificio, al contrario, pues le prestan como resultado una solidez armónica, en la estructura y en su figura.



Las restauraciones y reformas, si son insuficientes, desperfeccionan al objeto en cuestión; si se pasan del 'punto crítico' (que suele definir el 'grado óptimo') lesionan al objeto, incluso pueden destruirlo. Existe, ha existido en la Historia, ese punto en el que, por ejemplo, el clamor mal gestionado de la Ecclesia semper reformanda concluyó en la crisis letal de la reforma protestante. Existió un punto en el que el erasmismo humanista se desequilibró en protestantismo luterano o calvinista; hubo un punto desequilibrado en el que la gravedad de Trento derivó en jansenismo. En parecido sentido, también se puede detectar un momento, bajo unas circunstancias dependientes de algunos actuantes, en que el bienintencionado Movimiento Litúrgico degeneró (¡su punto crítico!) en la catastrófica reforma litúrgica post-conciliar.

No sé si me explico, si Uds. me siguen.

Al final, sea lo que sea, no voy a cambiar afectos y/o convicciones que tengo bien definidas.

Pero sería una pena lamentable si salvables desavenencias humanas malograran ese necesario punto crítico de esta necesaria restauración.

Un punto crítico reclama, subsiguientemente, un punto y a parte. Que no es, en sintáxis, una ruptura de la secuencia del texto, pero que sí marca una distancia con la frase anterior y abre un nuevo período.

Los puntos y a parte, después de tantos puntos y seguido como sean precisos, son, al fin, una necesidad para una buena redacción que aspire a un correcto punto final.

Oremus!

+T.